Por Luis Wertman Zaslav
@LuisWertman
La manipulación no siempre se manifiesta de forma agresiva. Muchas veces llega disfrazada de lógica impecable, de palabras amables, o de un discurso que parece empático y razonable. Pero justo ahí radica su mayor riesgo: cuando no parece amenaza, sino promesa.
Hoy más que nunca, convivimos con una sobrecarga de información que compite por nuestra atención. En ese mar de mensajes, algunos no buscan informar, sino seducir. Nos envuelven en historias que apelan más al deseo que al pensamiento, más a la emoción que a los hechos. Y así, sin darnos cuenta, bajamos la guardia. Y llegar a ser Manipulados!
La propaganda no necesita gritar ni mentir abiertamente para ser efectiva. Basta con ser atractiva. Mover tus emociones! Acorralarte entre el SÍ o NO! El débil o el Fuerte! El Bueno o el Malo! Como una buena ficción, atrapa porque nos dice lo que queremos oír, para sentirnos Bien y lo hace con ritmo, símbolos y frases diseñadas para quedarse en la memoria. El peligro no está solo en lo falso, sino en lo que se exagera, se oculta o se acomoda para construir una realidad conveniente.
Así es como nacen los personajes artificiales: a fuerza de repetir atributos que no han sido demostrados. Se les llama “auténticos”, “incorruptibles” o “víctimas” , “Luchadores”, “Mártires” aunque no haya historia que lo respalde. O más bien se les Invente! Se crean títulos sin sustento para vestir con legitimidad lo que no ha sido construido con esfuerzo o Verdad! Es ahí donde debemos estar más atentos.
¿Cómo detectar al oportunista, al falso líder, al manipulador, al que busca Adoctrinar?
Primero, desconfiar del que siempre tiene a otro como enemigo. El que necesita un villano para justificar su narrativa, suele carecer de propuestas genuinas.
Segundo, observar si hay congruencia entre lo que se dice y lo que se hace. La verdad no grita, actúa.
Tercero, analizar si las soluciones que ofrece están respaldadas por experiencia, resultados o trabajo. Las promesas vacías se descubren en los silencios incómodos de quien nunca ha logrado nada concreto.
La comunicación responsable debe honrar la verdad, incluso cuando es incómoda. Como sociedad, tenemos el deber de exigir información completa, verificable y clara. No basta con denunciar las mentiras. Hay que construir referentes legítimos, éticos y capaces. La clave está en elevar el nivel del debate, y eso empieza con una voluntad colectiva de no dejarnos seducir por la facilidad del discurso bonito, ni caer en el fanatismo del “todo o nada”.
Como escribió el Premio Nobel Mario Vargas Llosa: “la propaganda apela a los sentimientos, no a la razón. Y lo hace tan bien, que incluso personas educadas caen en sus redes”. Esto no significa que debamos renunciar a la emoción. Significa que debemos acompañarla siempre con pensamiento crítico, con responsabilidad y con conciencia.
No hay fórmulas mágicas, pero sí hay hábitos que ayudan:
• Dudar de las frases que parecen demasiado perfectas.
• Buscar distintas fuentes antes de creer o compartir algo.
• Preguntar siempre: ¿quién gana si esto se instala como verdad?
• Y, sobre todo, actuar con la certeza de que la legitimidad no se compra, se construye con resultados, con tiempo y con coherencia.
Es tiempo de honrar lo verdadero, lo que se puede sostener con evidencia, con diálogo, con voluntad y compromiso. No se trata de callar a nadie, sino de elevar la conversación. De hacer valer la inteligencia ciudadana, el juicio informado y la madurez que exige el presente.
Porque liderar no es gritar más fuerte, ni manipular mejor. Liderar es generar confianza, inspirar desde el ejemplo y construir con otros, aunque cueste más trabajo.
HACER EL BIEN, HACIÉNDOLO BIEN.